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El cuerpo es el receptáculo del alma.
El cuerpo recuerda lo que la mente olvida.
Esta afirmación, lejos de ser una metáfora poética, encapsula una de las intuiciones fundamentales de la neurobiología moderna: el trauma no es solo un evento en el pasado, sino una huella inscrita en nuestro cuerpo: en la postura, en la respiración y en la manera en que habitamos el mundo.
La memoria traumática no es exclusivamente una narración de lo sucedido, sino una disposición del organismo que, de manera persistente, responde como si el peligro nunca hubiese desaparecido. Todavía sigue ahí, palpable, cuando experimentamos un subidón en nuestro ritmo cardiaco al encontrarnos en una situación incómoda relacionada con algún evento angustiante de nuestra infancia, o cuando huimos de una relación amorosa porque no hemos superado experiencias patógenas con el apego.
El trauma congela el flujo de la experiencia. Se manifiesta en músculos tensos, en respiraciones entrecortadas, en miradas evasivas o en el temor a habitar plenamente el presente. La somatización no es un capricho del cuerpo, sino una estrategia de adaptación: el organismo se prepara constantemente para un peligro que nunca termina de llegar.
Muchas veces estos recuerdos implícitos se guardan en lo más profundo de nuestro sistema nervioso como memorias implícitas. No se recuerdan con el lenguaje o con el pensamiento, sino con un oscuro presentimiento del corazón… La sensación inconsciente de que nuestra mente se romperá en cualquier momento. De ser frágiles frente a un mundo hostil.
Muchas personas tratan de superar este tipo de respuestas mediante un pensamiento intelectual. Se dicen: “Bien, vamos a razonar esto con lógica”. Y nada cambia.
¿Por qué?
Porque no se está atendiendo a esa antigua y venerable mente de nuestro ser somático. El cuerpo también es inteligente y también es susceptible de procesar información de una manera enfermiza.
Así, si el cuerpo es el receptáculo del trauma, también puede ser la clave para liberarlo.
Sanando el trauma
La neuroplasticidad ha demostrado que el cerebro no es una estructura rígida, sino un proceso dinámico capaz de reorganizarse en respuesta a la experiencia. Durante mucho tiempo no se creyó esto. Se veía con sospecha cualquier sugerencia de que pudieran generarse nuevas neuronas en el cerebro adulto, o de que una persona pudiera continuar desarrollándose después de cierta edad. Ahora ya no se ve así.
No tenemos por qué ser víctimas de nuestro destino: es posible evolucionar continuamente a través de lo que el experto mundial en psicología del desempeño, Jamie Wheal, ha denominado con el nombre de ingeniería hedónica. Una forma de transformar nuestra existencia a través de técnicas ancestrales como la meditación, la respiración consciente, el uso de enteógenos, e, incluso, experiencias sexuales orientadas a un propósito (el tantra del hinduismo será una práctica ancestral relacionada a esta idea).
Así, las prácticas corporales emergen como un camino para desbloquear estos circuitos estancados. Desde el trabajo de la conciencia somática hasta prácticas de movimiento como el Feldenkrais, el Qi Gong o la danza terapéutica, el cuerpo puede ser reeducado para salir del estado de contracción y recuperar su capacidad de fluir con el mundo.
El acto de fluir
¿Qué es fluir? Ese es simplemente otro nombre para el concepto de libertad.
Fluyes cuando cada parte de tu cuerpo está conectada armónicamente con tu inteligencia.
Fluyes cuando no tienes miedo de hablar o expresarte frente a otras personas, porque tus gestos expresan gracia y firmeza.
Fluyes cuando te sientes tan inmerso en un espacio que te olvidas de tu propio ego. Todo se da por sí mismo sin ningún esfuerzo.
Es tal y como ha visto el pensamiento fenomenológico en filosofía… No estamos separados del mundo. No nos movemos en el espacio: somos ese movimiento. ¿Y qué es el trauma, en este sentido? es una petrificación de esa fluidez originaria. Liberarse del pasado implica restituirle al cuerpo su capacidad de exploración, improvisación y juego. Se trata de permitir que el organismo recupere su ritmo interno, en lugar de estar constantemente atrapado en la anticipación de una amenaza que ya no está presente.
Fluir con el mundo no significa olvidar lo vivido, sino aprender a moverse sin la carga de lo que nos ha condicionado. Cuando los patrones traumáticos se disuelven, no es que el pasado desaparezca, sino que deja de definirnos en cada gesto y reacción. La posibilidad de transformar el trauma en creatividad radica en reencontrar un cuerpo que no solo sobrevive, sino que baila y respira sin miedo, respondiendo con espontaneidad a la vida.
Técnicas para aumentar la fluidez y soltar viejos patrones
Movimiento somático y Feldenkrais: Basado en la conciencia del movimiento, el método Feldenkrais explora patrones corporales para liberar restricciones y mejorar la fluidez.
Meditación Vipassana y la impermanencia: Esta práctica budista entrena la mente y el cuerpo (a través del escaneo corporal) para observar la realidad sin apego ni aversión, permitiendo una transformación profunda en la percepción del tiempo y del yo. Al fortalecer la capacidad de soltar y fluir con el cambio, reconfigura circuitos neuronales ligados al sufrimiento y la rigidez emocional.
Danza extática y movimiento auténtico: Explorar el cuerpo a través de movimientos espontáneos sin estructura predeterminada permite liberar tensiones somáticas y acceder a estados de conciencia expandidos. La improvisación y la entrega al flujo del momento ayudan a deshacer patrones traumáticos inscritos en el sistema nervioso.
Prácticas taoístas y el Wu Wei: El principio del Wu Wei, o “acción sin esfuerzo”, enseña a alinearse con el flujo natural de la vida en lugar de forzar resultados. A través del Tai Chi y el Qi Gong, se reconfigura la relación con el tiempo, la energía y el entorno, fomentando un cerebro más flexible y un cuerpo más integrado con su entorno.
Escritura automática y fluir creativo: Siguiendo el principio surrealista de dejar que la escritura se desarrolle sin censura ni dirección rígida, esta práctica fortalece la conexión entre el inconsciente y la expresión consciente. Al disolver el control excesivo del pensamiento racional, se promueve la neuroplasticidad y se generan nuevas conexiones creativas en el cerebro.
Conclusiones
En última instancia, el acto de sanar es el acto de reencarnar: de volver a habitar el cuerpo como un espacio de posibilidad, en lugar de una prisión de repeticiones automáticas. El trauma puede ser una herida, pero la neuroplasticidad y el movimiento nos recuerdan que ninguna estructura está cerrada, pues la vida es un proceso en constante transformación.
Todo es una cuestión de comenzar a expresarnos con nuestra acción, coordinando sensación, emoción e intelecto…
Preguntas frecuentes
¿Cómo afecta el trauma al cerebro y al cuerpo?
El trauma puede alterar la neuroplasticidad, generando patrones de hiperactivación en la amígdala (centro del miedo) y debilitando la conectividad con la corteza prefrontal, lo que dificulta la regulación emocional. En el cuerpo, se manifiesta como tensiones musculares crónicas, alteraciones en la respiración y patrones de movimiento restrictivos, afectando la fluidez con la vida.
¿Se puede reconfigurar el cerebro para superar el trauma?
Sí, gracias a la neuroplasticidad, el cerebro puede crear nuevas conexiones neuronales que permitan superar respuestas traumáticas. Prácticas como la meditación, el movimiento somático y la terapia basada en la conciencia corporal ayudan a restablecer circuitos más adaptativos, reduciendo la reactividad y promoviendo una mayor flexibilidad emocional.
¿Qué papel juega el cuerpo en la sanación del trauma?
El cuerpo almacena memorias traumáticas en patrones de tensión y respuestas automáticas. Prácticas como el yoga, el Qi Gong y la danza terapéutica ayudan a liberar estas memorias, permitiendo que el sistema nervioso regrese a un estado de equilibrio y fluidez.
¿Cómo influyen las prácticas espirituales en la transformación personal?
Filosofías como el budismo y el taoísmo ofrecen perspectivas sobre la impermanencia y el fluir con la vida, lo que ayuda a cambiar la relación con el sufrimiento. Integrar estas visiones con prácticas corporales y meditativas permite desarrollar una mente más resiliente y creativa.
¿Cuáles son las mejores prácticas para fomentar la fluidez en la vida?
Prácticas como el Tai Chi, la meditación Vipassana, la escritura automática, el método Feldenkrais y la danza extática fomentan una relación más flexible con el cuerpo y la mente. Estas disciplinas trabajan en la reconfiguración neuronal y en la integración de experiencias, permitiendo soltar bloqueos y vivir con mayor espontaneidad.
Referencias
Despertando a la Filosofía
Este artículo forma parte de un proyecto liderado por Erick Güitrón, dedicado a explorar y difundir conocimientos en el ámbito de la filosofía. Además de artículos como este, el proyecto incluye un podcast, ebooks y servicios de consultoría, todos diseñados para profundizar en temas filosóficos y aplicar estos conocimientos a la vida cotidiana.