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El mal, como concepto, ha inquietado a los seres humanos desde tiempos inmemoriales. Desde las antiguas mitologías hasta la filosofía moderna, hemos intentado comprender su origen y su naturaleza. A menudo lo vemos como una fuerza externa, más otras veces parece brotar desde lo más profundo de nuestra propia psique.
¿Qué es, entonces, el mal? ¿Es una realidad objetiva o solo una forma de ignorancia? ¿Cómo entiende el Budismo la idea del mal? ¿Y cómo poder perdonar y mostrar compasión ante los actos crueles del otro? En este artículo revisaremos estos y otros temas.
El mal es un término con más de un sentido. A veces se le emplea para hacer referencia al funcionamiento incorrecto de alguna herramienta, como cuando decimos “ese reloj funciona mal”, y, otras ocasiones, se le piensa en términos morales, como cuando hablamos de una mala persona, o de un acto malo.
En este texto me interesa dar cuenta del segundo significado.
No necesitamos remontarnos a los mitos para entender cómo el mal puede tomar muchas formas. A lo largo de la historia, hemos visto cómo las ideas de justicia, progreso y bien común se han convertido en herramientas para el mal. La Inquisición es solo uno de los muchos ejemplos donde, en nombre de un bien mayor, se cometieron actos horribles.
¿Pero en dónde se originaba esa crueldad? Nos resultaría fácil hablar de ella en términos de una ceguedad moral, así como de una búsqueda equivocada por alcanzar una supuesta “pureza y corrección” religiosa. Como bien se refleja en la historia de la humanidad, el mal se deriva frecuentemente de los actos de personas que creen estar haciendo lo correcto porque están siguiendo una serie de ideas muy limitadas sobre el mundo.
En realidad esto es de lo más común. Todos los días nos encontramos con seres humanos cuyos actos parecen emanar desde el amor, la verdad o el deber, aunque realmente solo surjan a partir de sus ideas falsas en torno a estos ideales. No conocen nada mejor.
En esa medida sería posible preguntarse si toda forma de mal es producto de la ignorancia, como sugería Platón. Según esta perspectiva, nadie actúa mal deliberadamente; el mal ocurre cuando desconocemos el verdadero bien. Esta es una posición con la cual he sentido una afinidad desde hace mucho tiempo, aunque parezca poco intuitiva.
¿Pero qué pasa con todas esas personas que parecen tener un conocimiento pleno de que están haciendo daño o actuando cruelmente? ¿Qué podemos decir de esos casos en donde claramente está presente alguna forma de sadismo intencional? Yo diría que también son formas de ignorancia, aunque no necesariamente del tipo intelectual.
Si le estás haciendo daño a una persona o a algún ser sintiente es porque eres incapaz de experimentar su dolor. Careces de empatía. ¿Acaso esta no sería una forma de ignorancia? Si matas a otro ser es porque no lo reconoces como parte de ti mismo. ¿Acaso esa sensación de separación no sería también una forma grave de desconocimiento, si aceptamos la idea de que en el fondo toda la realidad forma parte de una sola unidad de consciencia?
A eso me refiero. Lo que llamamos mal no es sino una forma de privación o de carencia. Privación de amor, de empatía o de capacidad para reprimir impulsos egoístas, crueles y destructivos. En otras palabras, privación de consciencia.
En el Budismo encontramos nuevamente esta idea, tal y como veremos a continuación.
Budismo
En el caso de la tradición espiritual del Budismo se nos dice que el mal proviene de la ignorancia, o de una ilusión del ego. El mal no es causado por una entidad externa —como el diablo del cristianismo— sino por una distorsión de nuestra percepción. Cuando creemos estar separados del resto del mundo, o cuando actuamos desde el egoísmo o la avaricia, es cuando surgen las acciones que causan sufrimiento a nosotros mismos y a los demás. Esta ilusión de separación nos lleva a ver el mundo como una serie de conflictos en los cuales necesitamos prevalecer.
Por ese motivo los budistas practican una forma de meditación conocida como meditación de amor y compasión, o metta bhavana. Esta práctica meditativa nos invita a expandir nuestra capacidad de compasión hacia todos los seres, incluidos aquellos cuyas acciones nos resultan dolorosas o destructivas.
Al cultivar una mente compasiva, aprendemos a ver cómo los actos considerados “malos” muchas veces nacen de la ignorancia y la confusión interna de quienes los cometen. Esta ignorancia no es solo falta de conocimiento, sino una ceguera espiritual. Un estado en el cual la mente está atrapada en el egoísmo, el deseo y la aversión, alejándose de la realidad y la interconexión entre todos los seres.
En este proceso, no se trata de justificar los actos, sino de reconocer el sufrimiento y la falta de claridad que los motiva. Tal como un monje zen podría decir, ver la ignorancia en el otro es comprender que, en su corazón, también busca la paz, aunque esté atrapado en una red de ilusiones dañinas.
Un ejemplo clásico en la tradición budista es el de Angulimala, un infame bandido en tiempos de Buda, el cual se transformó al experimentar el amor y la compasión del propio maestro, quien lo veía solamente como un ser profundamente extraviado, y no como un criminal.
A través de la meditación de compasión, nuestra mirada cambia. Comenzamos a ver más allá de la ira y la condena, comprendiendo cómo en el fondo todos los seres anhelan lo mismo: liberarse del sufrimiento. Al practicar esta meditación, repetimos frases como “que todos los seres sean felices”, “que todos los seres se liberen del sufrimiento”, no como un ideal abstracto, sino como un acto de profunda empatía que busca aliviar tanto nuestro propio corazón como el del otro.
Esto nos permite liberar nuestra compasión en el medio de nuestra vida cotidiana.
Y es que el mal no siempre es visible. Frecuentemente se manifiesta de formas muy sutiles: en las pequeñas traiciones, en los comentarios hirientes y en los actos de indiferencia. No siempre lo reconocemos como tal, pero sus efectos son igualmente devastadores. La culpa, por ejemplo, es una de las formas en las que el mal se infiltra en nuestras mentes. Nos paraliza, nos encierra en un ciclo de autocrítica y juicio capaz de alejarnos de la compasión, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás.
La crueldad con uno mismo termina convirtiéndose, sin intención, en una forma de violencia contra otros.
Simone Weil
Para terminar este artículo me gustaría recordar a la filósofa francesa Simone Weil, quien tanto practicó en su vida y en su propio pensamiento una ética de profunda compasión.
Simone Weil argumentaba que el mal surge cuando dejamos de ver al otro como un ser humano. En otras palabras, cuando lo despersonalizamos. En este sentido, el mal no es una fuerza metafísica capaz de invadirnos, sino una consecuencia de nuestra incapacidad de reconocer la humanidad en los demás. El mal, entonces, se convierte en una cuestión de percepción: cuando miramos al otro y lo reducimos a un objeto, o cuando dejamos de verlo como un ser digno de compasión, es cuando surgen las peores formas de maldad.
Como decía antes, la vida misma de esta pensadora fue un testimonio de un compromiso ético radical. Trabajó en fábricas, se unió a movimientos sociales y abrazó un ascetismo profundo, creyendo que solo al reducir su propio ego y ampliar su empatía podía aproximarse a una verdadera comprensión del otro. Para ella, la compasión no era una emoción pasajera ni una obligación moral abstracta, sino una práctica continua de atención plena.
Al permitirnos ver al otro en su vulnerabilidad y sufrimiento, nos abrimos también a reconocer nuestras propias fallas e imperfecciones, abrazando un tipo de amor que, en lugar de juzgar, integra.
El amor y el conocimiento empiezan, pues, en el límite con la maldad y la ignorancia.
Conclusión
Al final, la noción del mal no es una entidad fija, sino un reflejo de nuestras percepciones, de las sombras y luces que proyectamos sobre el mundo. Tal como enseñaban Platón y Sócrates, el mal brota de una ignorancia profunda… De esa ceguera que nos impide ver al otro como un ser igual a nosotros mismos.
No se trata de combatir a la maldad como una fuerza externa, sino de mirar hacia adentro, hacia nuestras propias ilusiones y prejuicios, y encontrar el coraje de liberarnos de ellos, y, así, ayudar a los otros a liberarse también. ¿Cómo lo hacemos? Practicando la compasión, el conocimiento y las virtudes éticas de modo cotidiano. Es como decía el poeta romano Juvenal:
Nadie se hizo perverso súbitamente.
Preguntas Frecuentes
¿Por qué el mal existe en el mundo?
La existencia del mal en el mundo ha sido un tema de debate filosófico y religioso durante siglos Desde la perspectiva teológica, algunos creen que el mal es una prueba o un aspecto necesario del libre albedrío Para los filósofos, el mal puede ser visto como una consecuencia de la naturaleza humana o una falta de conocimiento y sabiduría Por otro lado, algunas interpretaciones espirituales y psicológicas sugieren que el mal puede ser producto del ego, el cual nos lleva a ver a los demás como objetos en lugar de como seres humanos con dignidad
¿Es el mal una construcción social o algo real?
Existen distintas opiniones sobre si el mal es una construcción social o una realidad objetiva Para algunos filósofos, el mal es una interpretación que la sociedad otorga a ciertas conductas que resultan dañinas o inmorales En cambio, para otras perspectivas religiosas y espirituales, el mal es una fuerza independiente que existe en el universo y afecta a los seres humanos (el diablo, en la tradición judeocristiana) En el budismo el mal se considera una ilusión creada por el ego y la ignorancia, algo que puede superarse mediante el despertar de la conciencia
¿Cuál es la diferencia entre el mal moral y el mal natural?
El mal moral se refiere a las acciones o decisiones humanas que causan sufrimiento o daño a otros, como la violencia, la injusticia o la crueldad El mal natural, por otro lado, se refiere a los desastres naturales y fenómenos que causan dolor sin intervención humana, como terremotos, huracanes o enfermedades Esta distinción plantea interrogantes sobre la responsabilidad humana y la naturaleza del sufrimiento, especialmente en términos de justicia y ética, ya que los desastres naturales suelen ser considerados neutrales moralmente, aunque afectan profundamente a quienes los padecen
¿Qué dice la filosofía sobre la naturaleza del mal?
La filosofía ha explorado el mal desde diversas perspectivas Platón consideraba que el mal surge de la ignorancia, mientras que para Nietzsche es una manifestación de la voluntad de poder que reside en cada ser humano Otros pensadores, como Simone Weil, ven el mal como una consecuencia de deshumanizar a los demás Además, en algunas filosofías orientales, el mal no es una entidad en sí misma, sino una manifestación de desequilibrios internos y de la separación del ego
¿Cómo se puede superar el mal interior según la filosofía budista?
En el budismo, el mal se considera una manifestación de la ignorancia y del apego al ego Para superarlo, se busca alcanzar la paz interior y la compasión a través de prácticas como la meditación y la autocompasión, que permiten ver el mundo sin filtros egoístas Al disolver el ego y comprender la interconexión de todos los seres, se desarrolla un entendimiento que reduce los impulsos dañinos Esta perspectiva considera que el mal puede ser transformado en sabiduría y compasión, promoviendo una visión del mundo libre de dualidades de "bien" y "mal"
Referencias
- Adams, M. M., & Adams, R. M. (1990). The Problem of Evil. Oxford, UK: Oxford University Press.
- Hick, J. (2010). Evil and the God of Love. New York, NY: Palgrave Macmillan.
- Plantinga, A. (1974). God, Freedom, and Evil. Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Publishing Company.
- Stump, E. (2010). Wandering in Darkness: Narrative and the Problem of Suffering. Oxford, UK: Oxford University Press.
Despertando a la Filosofía
Este artículo forma parte de un proyecto liderado por Erick Güitrón, dedicado a explorar y difundir conocimientos en el ámbito de la filosofía. Además de artículos como este, el proyecto incluye un podcast, ebooks y servicios de consultoría, todos diseñados para profundizar en temas filosóficos y aplicar estos conocimientos a la vida cotidiana.